Lucio Montalvo

LA ALQUIMIA DE LA TIERRA
EN LAS ACUARELAS DE LUCIO MONTALVO

Intentaremos utilizar la pluma a manera de pincel y las palabras cual tonalidades de color para lograr la traducción fiel al lenguaje escrito, de la expresión plástica que nos entrega por vez primera Lucio Montalvo.

Sus acuarelas representan un verdadero tributo de ternura y amor por lo propio, sin caer en las rígidas posiciones de los esquemas altisonantes.

Toda la hermosura de una tierra con suaves y sensuales contornos, que se abandona serenamente a las acaricias de su eterno enamorado, el sol, se manifiesta con toda su fuerza vital y palpita cálidamente en las firmes tonalidades, logradas con todo el desenfado de quien nos demuestra su dominio en el tratamiento del agua, para sacar la máxima expresividad a cada color.

Manchas puestas sobre el papel con delicada precisión, exhibiendo oronda satisfacción en el oficio, van formando sin esfuerzo, contornos y volúmenes nítidos, en una orgía de luz que acorrala la sombra, y sobre todo, atrapando del paisaje los aromas, los sonidos, el mágico encanto de la atmosfera de ésta geografía donde se oculta la existencia resignada y taciturna de un pueblo noble y profundamente humano.

Entonces sobre nuestro espíritu se esparce todo el influjo de la yerba húmeda el aire puro, la tibia calidez de una mañana campestre, el suave susurro de la serena altura que nos conmueve con un profundo respeto hacia la magnificencia de la tierra, puestos allí en esas cumbres que desafían las puertas de los cielos, percibiendo la energía del cosmo y sumiendo nuestras puertas de los cielos, percibiendo la energía del cosmo y sumiendo nuestras mentes en los vericuetosos misterios de la vida. En la alquimia del paisaje que forja la idiosincrasia pacífica y tenaz del hombre de la Sierra.

Y aquel canto sonoro, vibrante, que brota de los manchones multicolores, puestos con la mano valiente y firme de un diestro espada que hace pases magistrales a un soberbio toro en una inspirada tarde a pleno sol y con las tendidos al tope manchones que en conjunto forma ese erguido gallo, desafiante y orgulloso, displicente y beligerante a la vez, condensado así la naturaleza del ser ecuatoriano, como lo son los Manabitas, los Shuaras, los Shyris, o Huancavilcas.

Y sin bien las personas no aparecen en primer plano en la mayoría de sus cuadros, su presencia es innegable, pues tan vívida es la sensación de que allí están, que bastaría llamar s gritos desde el sendero a María o Rosita, y las veríamos asomar en la ventana de cualquiera de esas viviendas, donde nuestro olfato adivina las viandas que humean al calor de su humilde fogón.

Verdadero éxtasis de sensibilidad artística, cada cuadro de Lucio Montalvo nos llena de luz la mirada, y nos participa de la admiración, el cariño y el altivo orgullo (más que la nostalgia) por su tierra, rescatando para nuestro placer estético los lugares no comunes y todo el alma del paisaje ecuatoriano. Auténtica poesía policroma, sus acuarelas nos descubren un romántico que disfruta bebiendo gota a gota de tiempo, el exuberante licor de la vida, en la copa de la naturaleza, con máximo realismo. No el superfluo soñador. Sí el hombre con los ojos llenos de ensueño puestos sobre la tierra, que ha plasmado el eterno romance entre el sol y su tierra ecuatoriana.

Y si esto es lo que nos da Lucio Montalvo en su primera entrega, mucho hemos de esperar en el futuro, ya que se ha mantenido escondido durante largo tiempo en el silente trajinar del grafismo publicitario.

Ramón